Alice Feiring, periodista y escritora, nació en Nueva York. Columnista de la sección vino/viajes de la revista Time, ha colaborado asimismo en publicaciones tan prestigiosas como The New York Times, New York Magazine, Los Angeles Times o Forbes Traveller. La revista Food and Wine ha considerado su blog «In Vino Veritas» uno de los siete más importantes en su género. Alice Feiring ha merecido, entre otros, el premio de la Fundación James Beard.
Para muchos enólogos, si hay un crítico temido y venerado en el mundo, ése es Robert Parker, famoso por instituir un sistema de puntos para calificar los vinos. Obtener una alta puntuación en esta escala aumenta siempre las ventas, por lo que muchos viticultores han orientado la producción de sus vinos según los gustos de este crítico. Cada vez más «estandarizado», ya sea blanco o tinto, del Viejo o del Nuevo Mundo, el vino está perdiendo cualidades distintivas debido a los excesos de taninos y a otras manipulaciones supuestamente vanguardistas que los convierten en auténticas «bombas frutales». La periodista y enóloga Alice Feiring se atreve a desafiar al todopoderoso crítico y defiende en este libro una vuelta a la autenticidad, la naturalidad y la sensatez en la elaboración; parte así en busca de sabores suficientemente matizados, de vinos que nos hablen de su tierra -del terroir-, de la gente que los ha elaborado; vinos que nos cuenten su propia historia y nos abran su alma. Esta obra es además un delicioso relato de las divertidas andanzas de la autora para descubrir los viñedos más cotizados de La Rioja, el Piamonte, la Champaña o Borgoña, entrevistarse con viticultores artesanales, participar en catas, comprobar la lamentable extensión de la «parkerización» y también, ¿por qué no?, tratar de encontrar algún amante que sepa apreciar junto a ella el sublime placer de un buen caldo
«En 2001 me di cuenta del desastre que se cernía. La situación del vino empeoraba a ojos vistas. A menos que eligiese con cuidado, todos los vinos que probaba explotaban en mi paladar y se convertían en una bomba frutal y pegajosa, dominada por la vainilla y las almendras aplastadas, toqueteada y amañada por la tecnología y la química. Ese no era el tipo de vino que me sedujo cuando me interné en el mundo de los caldosà De modo que tuve un sueño: ¿no sería fantástico convertirme en la heroína que detuviese la marea, que frenase la abrumadora producción de vinos exageradamente ampulosos o asépticos, aquellos que parece defender el crítico de vinos más famoso del mundo? Ah, si pudiera detener la proliferación de vinos planos, carentes por completo de sentido del lugar o mineralidad, ajenos a su origen...»